Me costaba entender la gravedad del asunto, la pena de mis familiares, los llantos de mi mamá. Cómo iba a ser para tanto, decía yo. Todo esto, hasta que un día vi un hombre convulsionando, su cabeza se azotaba en el suelo. Y yo, parado a su lado, no fui capaz de ayudarlo.
Junto a unos amigos comíamos pizza, yo ya había perdido el miedo a que algo me pasara en la calle. No sé si alguna vez tuve miedo. Creo que la idea de un ataque en la vía pública me producía más vergüenza que temor. La cosa es que andaba por la calle, o comiendo pizza, sin pensar en la “enfermedad”.
Un fuerte golpe en una mesa llamó la atención de todos los clientes del local. En la entrada de la pizzería un hombre, de unos 40 años, tiritaba en el suelo. Un líquido blanco salía por su boca y su cabeza no paraba de golpearse. Esta frente a un espectáculo epiléptico.
No hice nada. No se ayudar a un epiléptico. Sólo espero que si me pasa algo a mi, haya alguien cerca que sepa ayudarme, sino mi cabeza lo lamentará.